En memoria de todo lo que no dijiste y los límites que no pusiste.
Había una vez una mujer llamada Clara. Era fuerte, inteligente y con un corazón lleno de generosidad. Pero Clara tenía un problema: le costaba decir que no. En su relación de pareja, en el trabajo, incluso con sus amigos, siempre prefería callar para evitar conflictos o incomodar a los demás.
Cada vez que algo la molestaba, se decía a sí misma: “No vale la pena discutir” o “No quiero parecer egoísta”. Poco a poco, fue acumulando silencios, permitiendo pequeñas faltas de respeto y sobrecargando su corazón con las expectativas de otros.
Un día, Clara se sentó frente al espejo y se dio cuenta de que ya no reconocía a la persona que veía. ¿Dónde estaba esa mujer segura que soñaba con una vida plena? ¿En qué momento empezó a priorizar tanto el bienestar de los demás que se olvidó de sí misma?
Fue entonces cuando entendió: cada vez que callaba, mantenía vivo aquello que le hacía daño. Cada límite no puesto era una invitación para que otros cruzaran su espacio personal. Cada palabra no dicha era una oportunidad perdida de expresar su verdad y construir relaciones más auténticas.
Quien evita, mantiene.
Es fácil caer en la trampa de pensar que callar o evitar conflictos nos protege del malestar. Pero lo que realmente sucede es que perpetuamos situaciones que nos desgastan. En lugar de resolver el problema, lo dejamos crecer en silencio, hasta que un día estalla o se convierte en una carga insoportable.
Imagina una pareja que nunca habla de sus diferencias porque temen discutir. Al principio, todo parece en calma, pero con el tiempo los pequeños resentimientos se acumulan. Un día, uno de ellos explota y dice: “Siempre haces lo que quieres, nunca me escuchas”. Pero para entonces, el daño ya está hecho, y lo que pudo haberse resuelto con una conversación honesta ahora parece irreparable.
El poder de poner límites.
Poner límites no es un acto egoísta, es un acto de amor propio. Es decir: “Esto es lo que necesito para sentirme respetado/a y cuidado/a”. También es una oportunidad para mostrar a los demás cómo pueden amarnos mejor.
Decir que no, expresar nuestras emociones o establecer límites no significa ser duro ni causar daño. Al contrario, es una forma de cuidar nuestras relaciones y de proteger nuestra paz interior.
Rompe la inhibición personal.
Hoy te invito a reflexionar: ¿Qué palabras guardaste en tu corazón que aún pesan? ¿Qué límites no pusiste por miedo o por querer evitar un conflicto?.
Es momento de honrar todo lo que no dijiste y todo lo que no hiciste, pero también de liberarte de ello. Rompe con el silencio, con la inhibición, con el miedo.
Hablar con honestidad y poner límites puede parecer difícil al principio, pero es un paso esencial para construir relaciones auténticas y para cuidar de ti mismo/a. No permitas que tu bienestar sea una tumba donde enterrar tus necesidades.
En memoria de todo lo que no dijiste y los límites que no pusiste.
Había una vez una mujer llamada Clara. Era fuerte, inteligente y con un corazón lleno de generosidad. Pero Clara tenía un problema: le costaba decir que no. En su relación de pareja, en el trabajo, incluso con sus amigos, siempre prefería callar para evitar conflictos o incomodar a los demás.
Cada vez que algo la molestaba, se decía a sí misma: “No vale la pena discutir” o “No quiero parecer egoísta”. Poco a poco, fue acumulando silencios, permitiendo pequeñas faltas de respeto y sobrecargando su corazón con las expectativas de otros.
Un día, Clara se sentó frente al espejo y se dio cuenta de que ya no reconocía a la persona que veía. ¿Dónde estaba esa mujer segura que soñaba con una vida plena? ¿En qué momento empezó a priorizar tanto el bienestar de los demás que se olvidó de sí misma?
Fue entonces cuando entendió: cada vez que callaba, mantenía vivo aquello que le hacía daño. Cada límite no puesto era una invitación para que otros cruzaran su espacio personal. Cada palabra no dicha era una oportunidad perdida de expresar su verdad y construir relaciones más auténticas.
Quien evita, mantiene.
Es fácil caer en la trampa de pensar que callar o evitar conflictos nos protege del malestar. Pero lo que realmente sucede es que perpetuamos situaciones que nos desgastan. En lugar de resolver el problema, lo dejamos crecer en silencio, hasta que un día estalla o se convierte en una carga insoportable.
Imagina una pareja que nunca habla de sus diferencias porque temen discutir. Al principio, todo parece en calma, pero con el tiempo los pequeños resentimientos se acumulan. Un día, uno de ellos explota y dice: “Siempre haces lo que quieres, nunca me escuchas”. Pero para entonces, el daño ya está hecho, y lo que pudo haberse resuelto con una conversación honesta ahora parece irreparable.
El poder de poner límites.
Poner límites no es un acto egoísta, es un acto de amor propio. Es decir: “Esto es lo que necesito para sentirme respetado/a y cuidado/a”. También es una oportunidad para mostrar a los demás cómo pueden amarnos mejor.
Decir que no, expresar nuestras emociones o establecer límites no significa ser duro ni causar daño. Al contrario, es una forma de cuidar nuestras relaciones y de proteger nuestra paz interior.
Rompe la inhibición personal.
Hoy te invito a reflexionar: ¿Qué palabras guardaste en tu corazón que aún pesan? ¿Qué límites no pusiste por miedo o por querer evitar un conflicto?.
Es momento de honrar todo lo que no dijiste y todo lo que no hiciste, pero también de liberarte de ello. Rompe con el silencio, con la inhibición, con el miedo.
Hablar con honestidad y poner límites puede parecer difícil al principio, pero es un paso esencial para construir relaciones auténticas y para cuidar de ti mismo/a. No permitas que tu bienestar sea una tumba donde enterrar tus necesidades.
No lo dudes y reserva tu tiempo para
mejorar tus habilidades sociales.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR...
No lo dudes y reserva tu tiempo para
mejorar tus habilidades sociales.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR...
TE PUEDE INTERESAR...
¿HABLAMOS?
No lo dudes y reserva tu tiempo para mejorar tus habilidades sociales.